Memorias de una eterna adolescente

¿Cuál es tu historia?

Todos tenemos una vida única e irrepetible. Algunas más excitantes que otras… o incluso más duras, o más tristes, o más increíbles… o simplemente una existencia aburrida y simple, pero feliz; quizá lo que a unos nos parece excitante, a otros les asusta. Incluso lo que a alguien le puede parecer una pérdida de tiempo, otros, en cambio, no pueden vivir sin ello, etc.

 Y así podríamos estar hasta mañana, enumerando los gustos y el tipo de personas que existen en el mundo y bla, bla, bla… La razón es que, hay gente para todo.

Pero lo cierto es que, cada uno de nosotros, va marcando su destino con cada acción o decisión que tomamos o incluso que toman otros por nosotros... Y son esas decisiones y caminos que elegimos en la vida(unas veces buenas, otras no tan buenas…), las que construyen nuestro pasado, presente y futuro al fin y al cabo.

Por eso todo el mundo tenemos algo que contar. Ya sean anécdotas, un viaje maravilloso, un secreto inconfesable, o quizá solo uno de esos que nos da vergüenza admitir; o puede que se trate de un sueño a medias, un amor imposible… pero siempre habrá algo que nos diferencie del resto.

Unos se lo llevarán a la tumba, otros lo compartirán con sus amigos o familiares y hay quienes lo escriban para recordar de vez en cuando, quienes son… o eran… O soñaban con ser…

Y resulta que yo soy una de esas mentes inquietas que llevaba tiempo pensando en trasladar parte importante de mi vida al papel. Y ¿por qué escribo esto ahora?

Buena pregunta.

Tampoco es que yo sepa muy bien la respuesta. 

Quizá es porque me costó mucho llegar hasta aquí. Probablemente, porque cuando miro atrás, hasta yo misma me sorprendo de lo que puedes llegar a hacer o hasta donde puedes llegar en un determinado momento o situación inesperada… Y ahí es donde entran mis padres.

No sé si alguna vez habéis tenido la sensación de que vuestros padres no existían antes de que nosotros llegásemos al mundo, es decir, como si su labor en la vida hubiese empezado justo en el mismo momento en el que nosotros nacemos. Como si hubiesen aparecido o alguien los hubiera puesto allí por arte de magia.

Cuando era más joven, siempre imaginé el pasado de mis padres, como un borrador en blanco. Inexistente. Algo que carecía de importancia, y no me pregunté jamás cómo habían llegado hasta allí, o por qué mi padre trabajaba en una cantera, o mi madre era modista. Eran mi papá y mi mamá, punto.

Lo triste es que ahora, apenas sé nada de ellos.

Pero como decía antes, todos tenemos un pasado, una historia. Por eso yo quiero contar la mía. Esas anécdotas, esos momentos singulares, malos y buenos, que forman parte de mi vida y que son algo muy especial para mí.

Espero no defraudaros.

Capítulo 1

La buena hija


Yo no elegí este camino en la vida. Si me hubieran hecho decidir lo que me iba a pasar, jamás hubiera elegido pasar de la niñez a la edad adulta en un abrir y cerrar de ojos.

Dicen que uno nunca se ha de arrepentir de sus errores, sino aprender de ellos... Yo, sin embargo, solo me arrepiento de dos cosas en mi vida. La primera es haberme gastado parte de la herencia materna en la entrada de un estupendo apartamento que, al final, tuve que vender, y la más grave y que me atormenta y me sigue sacando de quicio cada vez que le doy vueltas a la cabeza: mi vuelta a España en el 2001. Esta última me ha torturado incluso antes de que hiciese las maletas y dejara atrás mi ciudad favorita. Aún hoy, después de 21 años, me cabrea y me pone de mala ostia pensar en lo impulsiva que fui, al renunciar a mi vida en Londres por unas propiedades a mi nombre y un poco de dinero en España.

Pero eres joven, con toda la vida por delante. No piensas en el futuro. Vives el presente hasta el límite.

Yo era hija única. No por capricho de mis padres, sino porque mi temperamental madre, tozuda como una mula, no hacía caso de los consejos médicos tales como el guardar reposo o relajarse durante el embarazo, no, ella no paraba quieta en casa. Así que tras 3 abortos e innumerables intentos fallidos, nací yo.

Si tuviera que definir mi infancia en una palabra sería “solitaria” y todo lo que eso conlleva, ¡ojo! Solitaria pero feliz. Mi madre se pasaba el día cocinando, cosiendo o limpiando la casa y yo, cuando no estaba en el colegio, me pasaba la mayor parte del tiempo en casa, sola. Jugaba sola, hacía los deberes sola, veía la tele sola... Así que ya desde muy pequeñita, comencé a tomar mis propias decisiones en cuanto a lo que quería hacer en casa, claro está, pues eso de quedar con amigos, o ir a excursiones, o practicar algún deporte extraescolar...

¡De eso ni hablar!

Mi padre estaba fuera todo el día y apenas me veía durante la semana. Mi madre me sobreprotegía en casa, por si acaso me caía o me secuestraban unos desalmados; o quién sabe, igual era abducida por unos extraterrestres de camino al cole. ¡Vete tú a saber!... Así que como no me podía caer en la calle, me caía en casa. Lo que casi que era peor, porque mi pasión eran las carreras con el taca-tac en el patio interior, en la cocina, en el pasillo… Eso hasta el día que me rompí la crisma y algún diente, cuando me dio por salir a toda leche recta por el pasillo y aprovechando que la puerta estaba abierta, llegué volando hasta el jardín...

Eso, más el hecho de que no me gustaba demasiado la comida, desesperaba a mis padres, así que mi madre optaba por dármelo todo en purés: sémola de arroz, puré de verduras, puré de patatas... y mi favorito, uno cuyo color amarronado – grisáceo, por así decirlo, no hacía honor al delicioso, aunque desconocido, ingrediente por el que nunca se me ocurrió preguntar.

Lo supe meses más tarde, cuando una niña, mayor que yo, empezó a llamarme ‘’La «sesitos» por la calle. 

Así que pronto lo supo todo el barrio. Parece ser, que mi madre también me cocinaba puré de sesos de vaca, y turmas, que, como casi todo el mundo NO sabe, son los testículos de toro, cuyo valor proteínico era, al parecer, altamente aconsejable para niños en edad de crecimiento. Vamos, que todo el mundo supiera que mi dieta era a base de cerebro de vaca y huevos de toro, era ‘trending topic’ en el pueblo.

¡Mira, la sesitos!, decían...

Supongo que esa fue la primera vez que conocí a alguien tóxico, por así decirlo. Aquella niña que vivía en mi calle. Había venido un par de veces a casa a jugar conmigo, hasta que un día, me dejó encerrada a oscuras en la despensa, mientras jugábamos al escondite y se fue a su casa sin más. No pude salir de allí hasta que llegó mi madre y oyó mis llantos.

Ese trauma me duró años, y aún hoy recuerdo pensar, durante el tiempo que estuve encerrada, el porqué lo había hecho... Incluso ahora, cada vez que me la cruzo por la calle, recuerdo la misma historia, aunque no he vuelto a hablar con ella desde entonces.

 La cruda realidad

Los niños somos crueles, aunque yo no recuerdo haber sido así jamás. Los que me conocen bien dicen que sigo siendo demasiado políticamente correcta, supongo que nadie es como a nosotros nos gustaría que fuese.

No recuerdo haber tenido amiguitas o amiguitos, que se puedan mencionar hasta los 7 u 8 años. Para entonces ya nos habíamos mudado de casa, a una mucho más grande, lástima que con esa edad, ya no tuviera el taca-tac, porque el patio era más largo y las escaleras prometedoras...

Para entonces la vida era mucho más fácil y divertida.

El barrio estaba junto a una pineda, donde los niños y las niñas jugábamos después del colegio. Escalábamos árboles, jugábamos a las tiendas, incluso a Mazinger Z, que era la serie del momento. Imaginábamos que conducíamos un robot que lanzaba sus puños contra el enemigo, arrojando misiles superatómicos para acabar con el mal. Esto, traducido a la realidad, eran solo unas tremendas piedras que tirábamos al niño o la niña que teníamos delante, para defendernos de las que ellos nos lanzaban a nosotros...

Pasó el tiempo y unos años después y un par de agujeros en la cabeza de más, fuimos creciendo y las piedras y los pinos dieron paso a los Playbacks en la calle en las noches de verano y a jugar a la goma y al Sambori, algo un poco más civilizado y acorde a nuestra edad.

Recuerdo también el fantástico viaje con mis padres al Norte de España y los Picos de Europa. Es curioso, pero tengo todavía grabados muchos de esos magníficos momentos: la Catedral de Burgos, la subida en Teleférico a los Picos de Europa, nuestra visita a Castro Urdiales... como si no hubiese pasado tanto tiempo. Fue mi primer largo viaje con mis padres.

Y el último.

Mi madre enfermó cuando tenía 11 años. Mi familia, obviamente, me ocultó su enfermedad, todo lo que pudo. Yo, para entonces, ya iba al Instituto y pasaba casi todo el día allí. Siempre había sido una estudiante de Sobresalientes, así que mi padre, al cuidado de mi madre, no se preocupaba mucho por mí, académicamente hablando, y con tal de ocultarme lo que estaba pasando en casa, me dejaba salir con mis amigos sin siquiera pedir permiso. Y yo, con tan solo 13 años, no me  preguntaba la razón por la cual, por primera vez en toda mi vida, era libre para  entrar y salir de casa, y hacer cuanto quisiera.

Ella se fue en la madrugada de un 9 de diciembre, con tan solo 52 años. Aún ahora, cuando escribo estas líneas, se me inundan los ojos de lágrimas y se me corta la respiración.

Mi padre me dio la terrible noticia la noche anterior. Me dijo que le quedaban semanas.

¿Por qué no me lo habían dicho antes? De repente, todo se volvió gris, oscuro, y todo cobró sentido en una milésima de segundo. Corrí a casa de una amiga a contarle lo que pasaba. Estaba en estado de shock. Aun así, me aferré a la idea de pasar todo el tiempo que le quedase junto a ella, cuidándola y abrazándola hasta el final.

Con un ‘hasta mañana’ me despedí de ella, pensando que al día siguiente podríamos hablar y abrazarnos, y confesar sentimientos guardados y recuperar el tiempo perdido...

Ya no volví a verla.

Tampoco tuve el valor para verla de cuerpo presente. Me encerré en mi habitación hasta que todo pasó. Jamás les perdonaré por habérmelo ocultado todo aquel tiempo. Aquella herida que permanecerá abierta para siempre marcó el final de mi fantástica vida con mi familia perfecta, y supuso el principio de un futuro inesperado, difícil y muy diferente al que había soñado hasta entonces.

Aquella noche, después del funeral, mi padre vino a la cama a darme un beso de buenas noches.

Nunca más volvió a hacerlo.

Supongo que siempre ha sido un hombre de campo que nunca supo muy bien cómo educar a una adolescente huérfana de madre, ya que él siempre se ocupó de darme todos los caprichos, mientras que de la educación siempre se encargaba mi madre.

Gracias a ello, desde aquel día yo me ocupaba más bien de él. Me levantaba temprano, compraba el pan, iba a la tienda y le dejaba a mi padre la comida preparada antes de irme al Instituto. Mi madre me había enseñado a cocinar y a hacer las tareas de casa desde muy temprana edad.

Como todas las amas de casa del pueblo, (y digo del pueblo, porque aun estando ya en los 80, allí se vivía un tanto atrasado y ajeno al resto del mundo real), en lugar de trabajar o estudiar, tenían aún más arraigado eso de casarse para cuidar al marido y a los niños, mientras él se encarga de trabajar y traer dinero a casa, sin faltar a la misa del domingo, ¡por supuesto!

Pero resulta curioso el giro que da la vida cuando de repente el peso de la casa y de tu padre recaen sobre ti, y para colmo, son otros los que se quieren llevar el Premio al Héroe/heroína del Año por sacar adelante a una pequeña familia después de la tragedia.

En cierta ocasión, semanas antes de que mi madre falleciera, la oí hablar con alguien desde la escalera en voz alta, manifestando en un tono rotundo y amenazador que, pasase lo que pasase, aquella persona jamás entraría en su casa, y si ella no podía hacerlo, sería su hija quien lo hiciera... Aquellas palabras solo cobrarían sentido semanas después, cuando la hermana de mi padre se otorgó aquel premio a sí misma.

De repente, las palabras de mi madre cobraron sentido...

Aquella a quien yo solía llamar tía, la hermana de mi padre, venía diariamente y entraba a mi casa sin permiso ni invitación a ver cómo nos iban las cosas; después igual fregaba el suelo, con las puertas bien abiertas, para que la vieran los vecinos cuando yo no estaba o se ponía a barrer la puerta de casa a plena luz.

Mi madre debía estar revolviéndose en su tumba...

El resto os lo podéis imaginar... Durante meses fue predicando por todo el pueblo los esfuerzos que había tenido que hacer para sacar adelante a su pobre hermano y a su sobrina... y mientras yo fregaba, cocinaba, estudiaba y me encargaba de mi padre, me fui haciendo más fuerte ...

Año y medio después mi padre volvió a casarse. Y otra larga pesadilla estaba a punto de empezar...


 

Fairy Glenn                                                                     March, 2023

A bewitching natural treasure in the Isle of Skye


It's been a while since I went on my wonderful trip to the Highlands. I keep unforgettable
memories of what I shall call my most vivid experience, in that faraway, fairy tale island.
Skye, located in the northwest part of Scotland, is a mandatory visit for travellers: either for
those nature and history lovers or the so-called ‘big kids’ like me, who still love letting their
imagination loose occasionally, and call themselves fantasy enthusiasts.

 I must say that up to that time, my interest in Scotland had only been centred on famous defeated heroes, bloody battles and haunted castles. But what I was about to experience, it would exceed all my
expectations: The discovery of what nature itself, in its wildest condition, had magnificently
been able to build: a recreation of a magical world formed by fate, where reality joined fiction
to create an evocative environment, more likely seen in the fantasy literature, which even the
most narrow-minded person would succumb to its beauty.
Daintily hidden amidst the lurking and thick fog that shrouds Fairy Glenn, there is a magic site
of outstanding grace, where imagination surpasses reality. It is about a small retreat
surrounded by some low hills, which delimit that lush spot. 

The first thing that calls your attention, is the picturesque landscape that apparently seems to have been thoroughly carved on the hillside. Besides, there seems to be a little town, with tiny households perfectly
organized as if there were lined one below the other. As a result, the shape of the rocks,
partially wrapped in musk, and the erosion caused by the constantly dripping of the water
which has been flowing for centuries, have created an extraordinary setting of dazzling beauty
that looks like a real fairy city.

 Then again, the tour-guide reminds us to keep quiet, not to disturb the inhabitants of the place. At that point, a feeling of great excitement makes me shiver wistfully, as if I had walked through a mirror, getting into a different world of sheer fantasy. Meanwhile, without looking up, I keep gazing astonishingly at the captivating views.
All along the ground, a sequence of tiny streams converge. The little tributaries are surrounded
by massive spotty red and white mushrooms and little pointy bushes, which grow up along the
riverbanks. The icing of the cake is provided by an old leafy willow, which stands majestically
right in the middle of the area. With its outstretched branches, the tree covers part of the
above open space as a loyal sentinel, protecting the intimacy of its residents. As the wind
blows, hundreds of dusty specks of glittery colours fall swirling around in the air, transforming
the bucolic site into an enchanting atmosphere. Consequently, my common sense finally
succumbs to my childish personality, so I cannot help but auto-suggest myself envisaging these
wonderful mythological creatures hiding from us, waiting in silence for the intruders to leave.
All in all, I never thought that amidst that damp and cold land, the whims of nature could
secretly host the Fairy Kingdom. 

Nevertheless, and despite being conscious that fairies are unlikely to exist, deep inside of me I would like them to be real. So, if you wish to visit Skye Island, do not forget to stop at Fairy Glenn. But remember! Keep silence. Be still. And who knows? Perhaps, with any luck, if you are carefully patient, you may catch sight of one of the fairies fluttering the meadows in broad daylight.

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